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viernes, 12 de enero de 2024

LA RELACIÓN SALARIAL EN LA ARGENTINA: EL MITO DE SU EXTINCIÓN

A continuación reproduzco el artículo "La relación salarial en la Argentina: el mito de su extinción" cuya autoría pertenece a la abogada laboralista Luciana Censi

LA RELACIÓN SALARIAL EN LA ARGENTINA: EL MITO DE SU EXTINCIÓN

El tópico que voy a abordar, necesariamente me hace formular la siguiente hipótesis: En el sistema capitalista de producción, la relación salarial sigue siendo la relación social predominante y determinante.

Esto que parece algo simple y hasta tautológico, en el campo teórico a veces no lo es, desde que se ofrecen las más diversas respuestas y diagnósticos a los cambios operados en el mercado de trabajo de los últimos 50 años.

Estos cambios que se manifestaron mediante la caída del salario real, aumento del empleo no registrado, ascenso progresivo del desempleo y subempleo, tercerización y deslocalización de la producción, entre otros; profundizaron una cadena de pauperización al interior de la clase trabajadora. En consonancia con ello, en Argentina, se sancionaron y/o mantuvieron una serie de medidas gubernamentales que fomentaron dicha fragmentación y desregulación (contratos por tiempo determinado, alargamiento de los períodos de prueba, protección de la tercerización, prevalencia de los convenios por empresa, sistema de riesgos del trabajo a cargo de las Aseguradoras de Riesgos del Trabajo, y desmantelamiento de la policía del trabajo, entre otras).

Ante dicha realidad, se construyen conceptualizaciones o formas ideológicas que disputan un sentido de la sociedad y que orientan diagnósticos y propuestas para transformarla.

Dentro de ellas, me voy a detener en dos diagnósticos que dialogan o discuten con la hipótesis planteada al inicio.

1.- El trabajo asalariado ha dejado de ser la relación social predominante del sistema capitalista. En la globalización, ser explotado en las condiciones legales vigentes es casi un privilegio. La contradicción fundamental en nuestra sociedad es cada día más clara: lo/as integrados y lo/as excluidos.

Desde el sentido común, esta argumentación encuentra un sustento objetivo: la cantidad creciente de trabajadores asalariado/as no registrado/as, cuentapropistas/autónomos y desocupado/as.

Incluso, se teoriza sobre el concepto de “precariado” en términos de una “clase en formación característica del capitalismo financiero carente de la identidad que caracterizó al proletariado industrial” (Guy Standing). Donde de alguna manera se habla de un sujeto nuevo, de una clase social inédita.

No obstante, si observamos los datos oficiales, podemos inferir que de la población económicamente activa (PEA) vigente al segundo trimestre de 2023 en Argentina, contabilizada en aproximadamente 22,2 millones de personas (47,6%): 15,5 millones de personas son asalariadas, 5,5 millones de personas no son asalariadas y 1,4 millones de personas se hallan desocupadas.

El sector asalariado que representa un 74,2% de la PEA ocupada se compone de 9,8 millones de personas registradas y 5,7 millones de personas no registradas. Un dato no menor es el crecimiento de las personas sobreocupadas dentro del sector asalariado (necesitadas de completar sus bajos ingresos frente la pérdida del poder adquisitivo).

El sector no asalariado que representa un 25,8% de la PEA ocupada, se compone de 4,64 millones de personas cuentapropistas, 0,66% son patrones y 0,07% son familiares sin remuneración (1)

Objetivamente, estos datos, echan por tierra cualquier discusión o negación acerca de la determinación social del salario como elemento estructurante y predominante del capitalismo, cuando más del 70% de la población económicamente activa son trabajadores. No obstante ello, y atento a la composición de la clase obrera actual (desocupados, registrados, no registrados y también cuentapropistas -muchos de ellos en fraude a la ley laboral-) se refracta una fragmentación al interior de la misma, signada por desregulaciones legales y por modificaciones que operan en el consumo productivo de esa fuerza de trabajo (deslocalización, tercerización, empleadoresglobales, atomización, etc.); pero aun así, esta situación no excluye la condición de explotación en la cual se halla inmersa.

De alguna manera, en este tipo de argumentaciones subyace un reemplazo del concepto de “explotación”(2) por el de “exclusión”, como si el capital ya no necesitara, en forma determinante, de la compra venta de la fuerza de trabajo para reproducirse. Es como si los sectores desocupados o informales no se articularan en su relación con otros grupos (ocupados, precarizados, sub ocupados) y todos ellos con las formas que adopta el proceso de acumulación en cada etapa histórica. El riesgo de ser “excluido” es una condición necesaria de la precarización del trabajo y la baja de los salarios.

Entonces, considero que en realidad, lo que se está comparando conceptualmente mediante estos diagnósticos, es la forma jurídica y de consumo de esa fuerza de trabajo que hoy existe, respecto del modelo de relaciones laborales propios de los estados de bienestar y sus “años dorados” (contratos por tiempo indeterminado, jornada completa, regulación por convenios colectivos, prestaciones de la seguridad social, único empleador, prestación de tareas en único establecimiento laboral, etc.), cuya decadencia comienza a partir de los años 70.

Pareciera existir -en estas teorizaciones-, una necesidad de subsumir una serie de características que presenta el empleo asalariado en la actualidad respecto de una época anterior; hay un consenso en plantear que el sujeto precarizado es aquel que se aleja de un modelo típico, pero ello no es más que un concepto excedente construido como negación de la especificidad ligada a aquel modelo proteccionista.

Acá me detengo, porque además, detrás de estas nuevas conceptualizaciones, pareciera que se da por supuesto un sistema capitalista en términos evolucionistas; hemos tenido formas no reguladas o al margen de la institucionalidad y no por ello sus trabajadores adoptaron nombres de “precariado” o de obreros considerados “excluidos” del sistema. Los desocupados latentes, fluctuantes, estancados, los changarines y temporarios, los subocupados y los informales, han existido en toda la realidad del capitalismo, con oscilaciones, pero nunca el empleo puede medirse en sentido evolutivo para la clase obrera y no debería serlo atento a la condición anárquica de la producción capitalista. El trabajo informal, propio de las economías en desarrollo (según OIT) contiene un sector con capacidad limitada de mano de obra y un sector de subsistencia que no se halla incorporado a aquel, pero que es innegable que actúa en complementariedad y articulación: la denominada población obrera superflua. Es la clase obrera explotable y siempre disponible para el capital que tira a la baja las condiciones laborales y de compraventa de la fuerza de trabajo.

Me parece riesgoso reemplazar el concepto de explotación por el de exclusión, en tanto en forma involuntaria se termina siendo funcional a la degradación de la condición salarial, pues se confronta a los ocupados con los desocupados e informales, como sujetos antagónicos, algo que los partidos de derecha y ultraderecha usufructúan políticamente. Por ello resulta fundamental la recuperación del concepto de “explotación” y con ello la relación salarial.

Lo que es directamente cierto es que no estamos ante el surgimiento de un nuevo sujeto, o de sujetos por afuera del sistema capitalista: son clase obrera cuyas condiciones laborales se hallan desreguladas, operan en la clandestinidad y/o se encuentran deslocalizadas. Claramente, el capitalismo respondió a la crisis de los años 70 con más capitalismo.

Lo expuesto anteriormente, sin considerar que además, la expansión geográfica de las relaciones sociales capitalistas ha llegado a escalas inimaginables con la incorporación de los países de la ex URSS, la industrialización de Asia o de países en vías de desarrollo y la internacionalización del capital o “globalización”, que lo que hizo fue desarrollar a nivel mundial la relación capital-trabajo. Según la OIT, entre 1990 y 2006 la fuerza de trabajo mundial disponible para la economía de mercado se ha duplicado con la incorporación de 1.470 millones de trabajadores provenientes de los países de la ex URSS y de otros en vías de desarrollo como China e India y el empleo total en la industria a nivel mundial aumentó en 83 millones entre 1995 y 2005. La mitad de este crecimiento neto se produjo en Asia Oriental y Sudoriental, región que se está convirtiendo rápidamente en el centro de ensamblaje de los sistemas globales de producción (3).

En conclusión, suponer que surgen nuevas clases sociales o nuevos sujetos por afuera del sistema, contraponiéndolo al paradigma del modelo regulatorio de los “años dorados”, puede inducirnos a creer que ese proteccionismo es el modo en que las relaciones laborales deben expresarse en el capitalismo, ignorando que esos años fueron muy cortos en todo el devenir de este modo de producción, donde la clase obrera ha pasado por diversas formas de consumo y compra venta de su fuerza de trabajo. Esta permanente comparación obscurece muchas veces la contradicción principal CAPITAL/TRABAJO; la clase obrera se encuentra fragmentada, atomizada por la nueva forma de acumulación que opera el capital, pero no por ello deja de ser asalariada y explotada por la clase capitalista, más allá de los casos de miles de desocupados que realizan actividades para poder subsistir, los cuales a su vez articulan entre sí incidiendo sobre los niveles de precarización y de salarios.

El trabajador en tanto sujeto explotado por el capital ya de por sí es un trabajador precario (su vida lo es), luego las formas en que esa venta de la fuerza de trabajo se realiza en el mercado y se despliega en el proceso de producción (más o menos precaria, informal, protegida, endeble) debe ser analizada incorporando necesariamente el concepto de la lucha de clases.

2) La revolución tecnológica reemplazaría la mano de obra asalariada, llevándola en un futuro casi a su extinción (esta fantasía viene siendo sostenida a lo largo de la historia de las revoluciones industriales).

Para esta hipótesis, me gustaría analizar el informe de la CEPAL (4) donde refiere que durante las últimas cuatro décadas, en los países tecnológicamente avanzados se observaron, tres tendencias que generaron diferentes hipótesis sobre el impacto del cambio tecnológico en los mercados laborales:

a.- Se registró una creciente brecha salarial entre personas de diferentes niveles de cualificación, lo que se explicaría porque las nuevas tecnologías fomentan principalmente la demanda laboral de personas altamente cualificadas que, al menos en el corto plazo, constituyen un recurso relativamente escaso.

b.- Se encontró que los avances tecnológicos fomentan la polarización de la estructura ocupacional. Esto se explicaría por la idea de que las nuevas tecnologías serían sustitutivas de tareas manuales rutinarias (desempeñadas sobre todo por personas en la mitad de la distribución de cualificaciones) y complementarias con tareas cognitivas. A la vez, muchas ocupaciones manuales no rutinarias no se verían afectadas por estas tecnologías, por lo cual su proporción aumentaría estimulada por las ganancias de productividad y otros factores.

c.- La sustitución tecnológica del trabajo no conllevó un aumento significativo de las tasas de desocupación. A ello habría contribuido el hecho de que las pérdidas tecnológicas de empleo se compensan con la creación de nuevos empleos vinculados a esta misma revolución tecnológica. Por un lado, las empresas existentes requieren contratar personal que domine las nuevas tecnologías para enfrentar los desafíos de los mercados en transformación, y se crean nuevas empresas y empleos basados en el desarrollo y la aplicación de estas tecnologías. Y, por otro, las ganancias de productividad asociadas a la transformación tecnológica estimularían la creación de nuevos empleos a partir de un aumento de la demanda agregada y el surgimiento de nuevas pautas de consumo. En todos estos contextos, una proporción no menor de los nuevos empleos correspondería a ocupaciones nuevas.

Se ha estimado por ejemplo que en los Estados Unidos en 2018 más de 60% del empleo se concentró en ocupaciones para los cuales en 1940 no existían nombres en las estadísticas laborales.

La industria maquinizada impulsa la división social del trabajo puesto que acrecienta en un grado incomparablemente mayor la fuerza productiva de las industrias en las que ha hecho presas (5). Se producen ramos de la producción recientes y nuevos campos de trabajo. No obstante, estos cambios operan con el transcurso del tiempo; en el inicio, la introducción de la maquinización sucumbe en forma horrorosa sobre la clase obrera, dejando tendales de desocupados en esa etapa: es este periodo el que se suele analizar cuando se sostiene que es el fin de la mano de obra asalariada o que ya no hay más obrerxs, o que son minoría, etc.

Al contrastar mi hipótesis con las dos anteriores y con los datos objetivos de la economía argentina, pretendo demostrar que la clase obrera o clase que vive de la venta de su fuerza de trabajo (no siendo determinante en su condición estructurante si esa venta o consumo productivo de la misma es precario, temporario, clandestino o permanente) constituye el sector mayoritario de la población económicamente activa; pero a la vez, es innegable y de ahí la importancia de su caracterización, que los movimientos generales del salario están regulados fundamentalmente por la expansión y contracción del ejército de reserva y subocupados, que se alternan según los periodos del ciclo industrial.

Partir de mi hipótesis, tiene efectos directos tanto individuales como colectivos, en la lucha económica y política:

1) Por un lado, los salarios permiten la reproducción de la fuerza de trabajo (y de la vida) de lo/as trabajadores a través del consumo individual de bienes y servicios para satisfacer necesidades determinadas social y culturalmente en cada etapa histórica. En este caso por ejemplo, en 1945 Perón firmó el decreto 33302 (precursor de la Ley de Contrato de Trabajo) estableciendo un concepto de salario mínimo vital, criterio que fue replicado luego en la Ley de Contrato de Trabajo de 1974 en el art. 116: “es la menor remuneración que debe percibir en efectivo el trabajador sin cargas de familia, en su jornada legal de trabajo, de modo que le asegure alimentación adecuada, vivienda digna, educación, vestuario, asistencia sanitaria, transporte y esparcimiento, vacaciones y previsión”. Claramente, el Estado le puso precio mínimo a la venta de la fuerza de trabajo.

Analizando el concepto de salario mínimo vital y móvil, podemos concluir que: a) En Argentina, los haberes de lxs trabajadores, en general no alcanzan para reproducir la fuerza de trabajo en los términos legales, por ejemplo la mediana salarial de lo/as trabajadores del sector privado registrado, se encuentra en $270000 mensuales.

b) Dichas necesidades que el salario debe solventar, directamente vinculadas a la reproducción de la fuerza de trabajo, son satisfechas en la práctica por el trabajo de las mujeres, quienes a través de los roles de cuidados asignados por el sistema patriarcal del cual se sirve el capital, se encargan de educar, sanar, vestir, alimentar, cuidar, divertir y asear a los miembros de las familias trabajadoras, ya sea mediante el trabajo en el hogar (pago como el de casas particulares o no pago como el de las madres, hermanas, abuelas e hijas), ya sea mediante el trabajo asalariado en hospitales, sanatorios, escuelas, restaurantes, etc.

Entonces, la primera pregunta que me surge, yendo al tema central de este análisis es: ante una crisis del capital, que necesariamente redunda en reformas regresivas en materia de derechos laborales y sindicales, ¿la lucha contra la rebaja real o nominal de salarios no debiera constituirse en una lucha común del movimiento obrero en su conjunto (ocupados en toda su composición y desocupados), atravesada por el movimiento feminista?, pues las primeras expulsadas del mercado de trabajo seremos las mujeres que llevamos adelante las tareas pagas de cuidados, en tanto los salarios no alcanzarán para pagar esas necesidades.

¿La petición salarial que se hace en las paritarias, no debiera contemplar un salario que permita cubrir monetariamente todas esas necesidades, con una perspectiva de género que pueda fundamentar la importancia que tiene la función social de la reproducción de la vida?

Y por otro lado, el hecho de que esas necesidades sean satisfechas por mujeres en su generalidad, cuya labor no es reconocida socialmente e invisibilizada, ¿no será también un factor de incidencia en las organizaciones sindicales mayoritariamente masculinas que en sus paritarias también omiten calcular lo que cuesta la reproducción de su fuerza de trabajo en términos cualitativos?

2) En segundo término, la relación salarial determina un costado colectivo, por cuanto el salario es el interés principal común de toda la clase desposeída de los medios de producción (ocupados, desocupados, formales o informales) y por ende el eje principal de su unidad.

Quizás en este punto se nos diga que la lucha salarial sindical es algo minoritario que no repercute sobre el conjunto de la clase que se encuentra en la informalidad o en la desocupación.

En este sentido, resulta imprescindible analizar las causas de esa informalidad por un lado, signada por la correlación de fuerzas en cada momento histórico (y el rol del Estado) y estrechar un vínculo indisoluble entre la productividad de un país y el aumento de los salarios, en tanto y en cuanto, en cada etapa histórica en que la desocupación bajó (y por ende los desocupados se insertaron al mercado de trabajo formal), en general también aumentaron los salarios y viceversa. Es esa relación inmanente al sistema capitalista, de articulación y complementariedad de la mano de obra ocupada y desocupada de la cual se sirve.

No obstante, en Argentina se da un fenómeno que pareciera escapar a la lógica sistémica: a pesar de bajar la desocupación en los últimos años, los salarios de lxs trabajadores han disminuido en su capacidad de compra, es decir que hay trabajadores asalariados más pobres que antes.

Esta foto no puede leerse por afuera de la coyuntura inflacionaria, pero tampoco por fuera de la película entera que tiene que ver con la evolución de la productividad y el salario real de las últimas décadas y la composición de la clase obrera ocupada y sus tácticas de lucha.

En un reciente boletín, la CEPAL y la OIT (6) han estudiado que el crecimiento de la economía argentina de la primera década de los años 2000 no generó aumentos en la productividad laboral suficientes para reducir la brecha respecto a la productividad de los países avanzados (en crecimiento desde mediados de la década de 1970), que continuó ensanchándose.

Los sectores con un mayor nivel de productividad –en general, los más intensivos en capital y/o recursos naturales– tienden a ofrecer remuneraciones más elevadas. Los sectores manufactureros generalmente exhiben niveles para ese indicador mayores al promedio, así como remuneraciones más elevadas. Sin embargo, su peso en el empleo total es acotado. Algo similar sucede con algunas actividades primarias como la minería o la extracción de petróleo y gas. En el sector agropecuario, la relación producto/empleo es mayor al promedio, pero no así el nivel salarial. Finalmente, mientras algunos servicios muestran elevados niveles para esa relación y también para los salarios (como es el caso de las finanzas o los servicios profesionales), la mayoría del empleo se concentra en servicios de baja productividad y bajos salarios, como, por ejemplo, el empleo en casas particulares, la construcción o los servicios sociales.

Específicamente en el caso de los países de América del Sur, incluyendo a la Argentina, se identifica un conjunto de factores que habrían inhibido en las últimas tres décadas cambios favorables en la productividad: procesos de desindustrialización prematura que produjeron un traslado de las personas ocupadas en la manufactura a sectores de servicios de baja productividad, mientras que la matriz productiva siguió estando basada preeminentemente en actividades de baja complejidad y menor dinamismo tecnológico, y se agudizó la ya débil articulación e integración local en cadenas de suministro.

Reflexiones finales:

El salario sigue siendo el interés aglutinante de la clase trabajadora, en su actual composición, pues la mayoría de la población vive de la venta de su fuerza de trabajo independientemente de su mayor o menor regulación, mayor o menor fragmentación.

El capitalismo es un sistema donde una minoría propietaria de los medios de producción y los productos terminados (3% en Argentina), vive a costa del trabajo de la mayoría, en su complementariedad intrínseca (ocupada y desocupada); que se sirve del ejercito de reserva y de las relaciones asalariadas informales que su propia competencia engendra y que al mismo tiempo presionan a la baja de los salarios.

Las mutaciones ocurridas hacia el interior de la clase obrera debido a la creciente precarización, desocupación, pauperización, deslocalización, no la excluye como sujeto colectivo político motor de la transformación social; en todo caso resultaría muy útil analizar las mutaciones operadas en la subjetividad y qué tipo de organizaciones serían más eficientes para esa finalidad: en este aspecto es necesario asumir el lugar estratégico que ocupan lxs trabajadores organizadxs sindicalmente en la sociedad, como aglutinadores del conjunto de la clase obrera, sobre todo teniendo presente la historicidad de la lucha obrera en nuestro país.

Varias veces las organizaciones sindicales han entrado en crisis frente a las transformaciones económicas y a los cambios en las relaciones de fuerza; por ejemplo se ha mutado de la forma de sindicatos de oficio a sindicatos de actividad, con la metamorfosis del modelo de acumulación. No obstante, este tipo de transformaciones ha implicado nuevas estrategias al interior de la clase trabajadora para enfrentar el permanente objetivo político del capital: dividir, atomizar, fragmentar los lazos de solidaridad y cooperación.

No puede analizarse la evolución salarial y la lucha de clases en Argentina sin elaborar un diagnóstico respecto de la evolución de la productividad laboral, como dato objetivo y por otro lado sin atender a la fragmentación existente hacia el interior de la única clase obrera, que requiere de estrategias comunes que unifiquen la subjetividad y la acción. 

Luciana Censi, 17 de Octubre de 2023

(1) Elaboración propia en base a Informe Técnico, vol. 7 nro. 195 INDEC 

(2) lo que reciben los trabajadores como salario no es más que una parte del producido por ellos mismos

(3) OIT “Cambios en el mundo del trabajo” 2006, pág. 23 y 42. 

(4) CEPAL, “Desigualdades, Inclusión laboral y futuro del trabajo en América Latina”, Junio 2023, pág. 34

(5) Karl Marx, “El Capital”, T 2 vol 2, pag 541

(6) “Coyuntura laboral en Argentina: Productividad y Salarios una mirada a largo plazo”, vol 2 Nro. 1 2023, pags 31 y 34.


Comentarios de Aldo Mangiaterra,   enero del 2024

Junto al mito de la desaparición de la clase obrera me parece que hay otro por el estilo, que es concurrente

Es lo que llaman la financiarización del capitalismo; si no entiendo mal sería que la ganancia surgiría del manejo financiero, olvidando que para que haya riqueza (más allá de cómo se distribuye entre los capitalistas), tiene que haber producción y por tanto productores

Tema aparte, me parece que es muy importante el estudio de la burocracia sindical argentina, la de los grandes; no el pequeño dirigente burocratizado

 


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