A continuación reproduzco el artículo "La relación salarial en la Argentina: el mito de su extinción" cuya autoría pertenece a la abogada laboralista Luciana Censi
LA RELACIÓN SALARIAL EN LA
ARGENTINA: EL MITO DE SU EXTINCIÓN
El tópico que voy a abordar,
necesariamente me hace formular la siguiente hipótesis: En el sistema
capitalista de producción, la relación salarial sigue siendo la relación social
predominante y determinante.
Esto que parece algo simple y
hasta tautológico, en el campo teórico a veces no lo es, desde que se ofrecen
las más diversas respuestas y diagnósticos a los cambios operados en el mercado
de trabajo de los últimos 50 años.
Estos cambios que se
manifestaron mediante la caída del salario real, aumento del empleo no
registrado, ascenso progresivo del desempleo y subempleo, tercerización y
deslocalización de la producción, entre otros; profundizaron una cadena de
pauperización al interior de la clase trabajadora. En consonancia con ello, en
Argentina, se sancionaron y/o mantuvieron una serie de medidas gubernamentales
que fomentaron dicha fragmentación y desregulación (contratos por tiempo
determinado, alargamiento de los períodos de prueba, protección de la
tercerización, prevalencia de los convenios por empresa, sistema de riesgos del
trabajo a cargo de las Aseguradoras de Riesgos del Trabajo, y desmantelamiento
de la policía del trabajo, entre otras).
Ante dicha realidad, se
construyen conceptualizaciones o formas ideológicas que disputan un sentido de
la sociedad y que orientan diagnósticos y propuestas para transformarla.
Dentro de ellas, me voy a detener en dos diagnósticos que dialogan o discuten con la hipótesis planteada al inicio.
1.- El trabajo asalariado ha
dejado de ser la relación social predominante del sistema capitalista. En la
globalización, ser explotado en las condiciones legales vigentes es casi un
privilegio. La contradicción fundamental en nuestra sociedad es cada día más
clara: lo/as integrados y lo/as excluidos.
Desde el sentido común, esta
argumentación encuentra un sustento objetivo: la cantidad creciente de trabajadores
asalariado/as no registrado/as, cuentapropistas/autónomos y desocupado/as.
Incluso, se teoriza sobre el
concepto de “precariado” en términos de una “clase en formación
característica del capitalismo financiero carente de la identidad que caracterizó
al proletariado industrial” (Guy Standing). Donde de alguna manera se habla de
un sujeto nuevo, de una clase social inédita.
No obstante, si observamos los
datos oficiales, podemos inferir que de la población económicamente activa (PEA)
vigente al segundo trimestre de 2023 en Argentina, contabilizada en
aproximadamente 22,2 millones de personas (47,6%): 15,5 millones de personas
son asalariadas, 5,5 millones de personas no son asalariadas y 1,4 millones de
personas se hallan desocupadas.
El sector asalariado que
representa un 74,2% de la PEA ocupada se compone de 9,8 millones de personas
registradas y 5,7 millones de personas no registradas. Un dato no menor es el
crecimiento de las personas sobreocupadas dentro del sector asalariado
(necesitadas de completar sus bajos ingresos frente la pérdida del poder
adquisitivo).
El sector no asalariado que
representa un 25,8% de la PEA ocupada, se compone de 4,64 millones de personas
cuentapropistas, 0,66% son patrones y 0,07% son familiares sin remuneración (1)
Objetivamente, estos datos,
echan por tierra cualquier discusión o negación acerca de la determinación
social del salario como elemento estructurante y predominante del capitalismo,
cuando más del 70% de la población económicamente activa son trabajadores. No
obstante ello, y atento a la composición de la clase obrera actual
(desocupados, registrados, no registrados y también cuentapropistas -muchos de
ellos en fraude a la ley laboral-) se refracta una fragmentación al interior de
la misma, signada por desregulaciones
De alguna manera, en este tipo
de argumentaciones subyace un reemplazo del concepto de “explotación”(2) por el de
“exclusión”, como si el capital ya no necesitara, en forma determinante,
de la compra venta de la fuerza de trabajo para reproducirse. Es como si los
sectores desocupados o informales no se articularan en su relación con otros
grupos (ocupados, precarizados, sub ocupados) y todos ellos con las formas que
adopta el proceso de acumulación en cada etapa histórica. El riesgo de ser
“excluido” es una condición necesaria de la precarización del trabajo y la baja
de los salarios.
Entonces, considero que en
realidad, lo que se está comparando conceptualmente mediante estos
diagnósticos, es la forma jurídica y de consumo de esa fuerza de trabajo que
hoy existe, respecto del modelo de relaciones laborales propios de los estados
de bienestar y sus “años dorados” (contratos por tiempo indeterminado, jornada
completa, regulación por convenios colectivos, prestaciones de la seguridad
social, único empleador, prestación de tareas en único establecimiento laboral,
etc.), cuya decadencia comienza a partir de los años 70.
Pareciera existir -en estas
teorizaciones-, una necesidad de subsumir una serie de características que
presenta el empleo asalariado en la actualidad respecto de una época anterior;
hay un consenso en plantear que el sujeto precarizado es aquel que se aleja de
un modelo típico, pero ello no es más que un concepto excedente construido como
negación de la especificidad ligada a aquel modelo proteccionista.
Acá me detengo, porque además,
detrás de estas nuevas conceptualizaciones, pareciera que se da por supuesto un
sistema capitalista en términos evolucionistas; hemos tenido formas no
reguladas o al margen de la institucionalidad y no por ello sus trabajadores
adoptaron nombres de “precariado” o de obreros considerados “excluidos” del
sistema. Los desocupados latentes, fluctuantes, estancados, los changarines y
temporarios, los subocupados y los informales, han existido en toda la realidad
del capitalismo, con oscilaciones, pero nunca el empleo puede medirse en
sentido evolutivo para la clase obrera y no debería serlo atento a la condición
anárquica de la producción capitalista. El trabajo informal, propio de las
economías en desarrollo (según OIT) contiene un sector con capacidad limitada de mano de
obra y un sector de subsistencia que no se halla incorporado a aquel, pero que
es innegable que actúa en complementariedad y articulación: la denominada
población obrera superflua. Es la clase obrera explotable y siempre disponible
para el capital que tira a la baja las condiciones laborales y de compraventa
de la fuerza de trabajo.
Me parece riesgoso
reemplazar el concepto de explotación por el de exclusión, en tanto en forma
involuntaria se termina siendo funcional a la degradación de la condición
salarial, pues se confronta a los ocupados con los desocupados e informales,
como sujetos antagónicos, algo que los partidos de derecha y ultraderecha
usufructúan políticamente. Por ello resulta fundamental la recuperación del
concepto de “explotación” y con ello la relación salarial.
Lo que es directamente cierto
es que no estamos ante el surgimiento de un nuevo sujeto, o de sujetos por
afuera del sistema capitalista: son clase obrera cuyas condiciones laborales se
hallan desreguladas, operan en la clandestinidad y/o se encuentran
deslocalizadas. Claramente, el capitalismo respondió a la crisis de los años
70 con más capitalismo.
Lo expuesto anteriormente, sin considerar que además, la expansión geográfica de las relaciones sociales capitalistas ha llegado a escalas inimaginables con la incorporación de los países de la ex URSS, la industrialización de Asia o de países en vías de desarrollo y la internacionalización del capital o “globalización”, que lo que hizo fue desarrollar a nivel mundial la relación capital-trabajo. Según la OIT, entre 1990 y 2006 la fuerza de trabajo mundial disponible para la economía de mercado se ha duplicado con la incorporación de 1.470 millones de trabajadores provenientes de los países de la ex URSS y de otros en vías de desarrollo como China e India y el empleo total en la industria a nivel mundial aumentó en 83 millones entre 1995 y 2005. La mitad de este crecimiento neto se produjo en Asia Oriental y Sudoriental, región que se está convirtiendo rápidamente en el centro de ensamblaje de los sistemas globales de producción (3).
En conclusión, suponer que surgen nuevas clases sociales o nuevos
sujetos por afuera del sistema, contraponiéndolo al paradigma del modelo
regulatorio de los “años dorados”, puede inducirnos a creer que ese
proteccionismo es el modo en que las relaciones laborales deben expresarse en
el capitalismo, ignorando que esos años fueron muy cortos en todo el devenir de
este modo de producción, donde la clase obrera ha pasado por diversas formas de
consumo y compra venta de su fuerza de trabajo. Esta permanente comparación
obscurece muchas veces la contradicción principal CAPITAL/TRABAJO; la clase
obrera se encuentra fragmentada, atomizada por la nueva forma de acumulación
que opera el capital, pero no por ello deja de ser asalariada y explotada por
la clase capitalista, más allá de los casos de miles de desocupados que
realizan actividades para poder subsistir, los cuales a su vez articulan entre
sí incidiendo sobre los niveles de precarización y de salarios.
El trabajador en tanto sujeto
explotado por el capital ya de por sí es un trabajador precario (su vida lo
es), luego las formas en que esa venta de la fuerza de trabajo se realiza en el
mercado y se despliega en el proceso de producción (más o menos precaria,
informal, protegida, endeble) debe ser analizada incorporando necesariamente el
concepto de la lucha de clases.
2) La revolución tecnológica
reemplazaría la mano de obra asalariada, llevándola en un futuro casi a su
extinción (esta fantasía viene siendo sostenida a lo largo de la historia de
las revoluciones industriales).
Para esta hipótesis, me
gustaría analizar el informe de la CEPAL (4)
donde refiere que durante las últimas
cuatro décadas, en los países tecnológicamente avanzados se observaron, tres
tendencias que generaron diferentes hipótesis sobre el impacto del cambio
tecnológico en los mercados laborales:
a.- Se registró una creciente
brecha salarial entre personas de diferentes niveles de cualificación, lo
que se explicaría porque las nuevas tecnologías fomentan principalmente la
demanda laboral de personas altamente cualificadas que, al menos en el corto
plazo, constituyen un recurso relativamente escaso.
b.- Se encontró que los avances
tecnológicos fomentan la polarización de la estructura ocupacional. Esto
se explicaría por la idea de que las nuevas tecnologías serían sustitutivas de
tareas manuales rutinarias (desempeñadas sobre todo por personas en la mitad de
la distribución de cualificaciones) y complementarias con tareas cognitivas. A
la vez, muchas ocupaciones manuales no rutinarias no se verían afectadas por
estas tecnologías, por lo cual su proporción aumentaría estimulada por las
ganancias de productividad y otros factores.
c.- La sustitución tecnológica del trabajo no conllevó un aumento significativo de las tasas de desocupación. A ello habría contribuido el hecho de que las pérdidas tecnológicas de empleo se compensan con la creación de nuevos empleos vinculados a esta misma revolución tecnológica. Por un lado, las empresas existentes requieren contratar personal que domine las nuevas tecnologías para enfrentar los desafíos de los mercados en transformación, y se crean nuevas empresas y empleos basados en el desarrollo y la aplicación de estas tecnologías. Y, por otro, las ganancias de productividad asociadas a la transformación tecnológica estimularían la creación de nuevos empleos a partir de un aumento de la demanda agregada y el surgimiento de nuevas pautas de consumo. En todos estos contextos, una proporción no menor de los nuevos empleos correspondería a ocupaciones nuevas.
Se ha estimado por ejemplo que
en los Estados Unidos en 2018 más de 60% del empleo se concentró en ocupaciones
para los cuales en 1940 no existían nombres en las estadísticas laborales.
La industria maquinizada
impulsa la división social del trabajo puesto que acrecienta en un grado
incomparablemente mayor la fuerza productiva de las industrias en las que ha
hecho presas (5). Se producen ramos de la producción recientes y
nuevos campos de trabajo. No obstante, estos cambios operan con el transcurso
del tiempo; en el inicio, la introducción de la maquinización sucumbe en forma
horrorosa sobre la clase obrera, dejando tendales de desocupados en esa etapa:
es este periodo el que se suele analizar cuando se sostiene que es el fin de la
mano de obra asalariada o que ya no hay más obrerxs, o que son minoría, etc.
Al contrastar mi hipótesis con
las dos anteriores y con los datos objetivos de la economía argentina, pretendo
demostrar que la clase obrera o clase que vive de la venta de su fuerza de
trabajo (no siendo determinante en su condición estructurante si esa venta o
consumo productivo de la misma es precario, temporario, clandestino o
permanente) constituye el sector mayoritario de la población económicamente
activa; pero a la vez, es innegable y de ahí la importancia de su
caracterización, que los movimientos generales del salario están regulados
fundamentalmente por la expansión y contracción del ejército de reserva y subocupados, que se alternan según los periodos del ciclo industrial.
Partir de mi hipótesis,
tiene efectos directos tanto individuales como colectivos, en la lucha
económica y política:
1) Por un lado, los salarios permiten la reproducción de
la fuerza de trabajo (y de la vida) de lo/as trabajadores a través del consumo
individual de bienes y servicios para satisfacer necesidades determinadas
social y culturalmente en cada etapa histórica. En este caso por ejemplo, en
1945 Perón firmó el decreto 33302 (precursor de la Ley de Contrato de Trabajo)
estableciendo un concepto de salario mínimo vital, criterio que fue replicado
luego en la Ley de Contrato de Trabajo de 1974 en el art. 116: “es la menor
remuneración que debe percibir en efectivo el trabajador sin cargas de familia,
en su jornada legal de trabajo, de modo que le asegure alimentación adecuada,
vivienda digna, educación, vestuario, asistencia sanitaria, transporte y
esparcimiento, vacaciones y previsión”. Claramente, el Estado le puso
precio mínimo a la venta de la fuerza de trabajo.
Analizando el concepto de
salario mínimo vital y móvil, podemos concluir que: a) En Argentina, los
haberes de lxs trabajadores, en general no alcanzan para reproducir la fuerza
de trabajo en los términos legales, por ejemplo la mediana salarial de lo/as
trabajadores del sector privado registrado, se encuentra en $270000 mensuales.
b) Dichas necesidades que el salario debe solventar,
directamente vinculadas a la reproducción de la fuerza de trabajo, son
satisfechas en la práctica por el trabajo de las mujeres, quienes a través de
los roles de cuidados asignados por el sistema patriarcal del cual se sirve el
capital, se encargan de educar, sanar, vestir, alimentar, cuidar, divertir y
asear a los miembros de las familias trabajadoras, ya sea mediante el trabajo
en el hogar (pago como el de casas particulares o no pago como el de las
madres, hermanas, abuelas e hijas), ya sea mediante el trabajo asalariado en
hospitales, sanatorios, escuelas, restaurantes, etc.
Entonces, la primera pregunta que me surge, yendo al tema central de este análisis es: ante una crisis del capital, que necesariamente redunda en reformas regresivas en materia de derechos laborales y sindicales, ¿la lucha contra la rebaja real o nominal de salarios no debiera constituirse en una lucha común del movimiento obrero en su conjunto (ocupados en toda su composición y desocupados), atravesada por el movimiento feminista?, pues las primeras expulsadas del mercado de trabajo seremos las mujeres que llevamos adelante las tareas pagas de cuidados, en tanto los salarios no alcanzarán para pagar esas necesidades.
¿La petición salarial que se
hace en las paritarias, no debiera contemplar un salario que permita cubrir
monetariamente todas esas necesidades, con una perspectiva de género que pueda
fundamentar la importancia que tiene la función social de la reproducción de la
vida?
Y por otro lado, el hecho de
que esas necesidades sean satisfechas por mujeres en su generalidad, cuya labor
no es reconocida socialmente e invisibilizada, ¿no será también un factor de
incidencia en las organizaciones sindicales mayoritariamente masculinas que en
sus paritarias también omiten calcular lo que cuesta la reproducción de su
fuerza de trabajo en términos cualitativos?
2) En segundo término, la relación salarial determina un
costado colectivo, por cuanto el salario es el interés principal común de toda
la clase desposeída de los medios de producción (ocupados, desocupados,
formales o informales) y por ende el eje principal de su unidad.
Quizás en este punto se nos
diga que la lucha salarial sindical es algo minoritario que no repercute sobre
el conjunto de la clase que se encuentra en la informalidad o en la
desocupación.
En este sentido, resulta
imprescindible analizar las causas de esa informalidad por un lado, signada por
la correlación de fuerzas en cada momento histórico (y el rol del Estado) y
estrechar un vínculo indisoluble entre la productividad de un país y el aumento
de los salarios, en tanto y en cuanto, en cada etapa histórica en que la
desocupación bajó (y por ende los desocupados se insertaron al mercado de
trabajo formal), en general también aumentaron los salarios y viceversa. Es esa
relación inmanente al sistema capitalista, de articulación y complementariedad
de la mano de obra ocupada y desocupada de la cual se sirve.
No obstante, en Argentina se da
un fenómeno que pareciera escapar a la lógica sistémica: a pesar de bajar la
desocupación en los últimos años, los salarios de lxs trabajadores han
disminuido en su capacidad de compra, es decir que hay trabajadores asalariados
más pobres que antes.
Esta foto no puede leerse por
afuera de la coyuntura inflacionaria, pero tampoco por fuera de la película
entera que tiene que ver con la evolución de la productividad y el salario real
de las últimas décadas y la composición de la clase obrera ocupada y sus
tácticas de lucha.
En un reciente boletín, la
CEPAL y la OIT (6) han estudiado que el crecimiento de la economía
argentina de la primera década de los años 2000 no generó aumentos en la
productividad laboral suficientes para reducir la brecha respecto a la
productividad de los países avanzados (en crecimiento desde mediados de la
década de 1970), que continuó ensanchándose.
Los sectores con un mayor nivel
de productividad –en general, los más intensivos en capital y/o recursos
naturales– tienden a ofrecer remuneraciones más elevadas. Los sectores
manufactureros generalmente exhiben niveles para ese indicador mayores al
promedio, así como remuneraciones más elevadas. Sin embargo, su peso en el
empleo total es acotado. Algo similar sucede con algunas actividades primarias
como la minería o la extracción de petróleo y gas. En el sector agropecuario,
la relación producto/empleo es mayor al promedio, pero no así el nivel
salarial. Finalmente, mientras algunos servicios muestran elevados niveles para
esa relación y también para los salarios (como es el caso de las finanzas o los
servicios profesionales), la mayoría del empleo se concentra en servicios de
baja productividad y bajos salarios, como, por ejemplo, el empleo en casas
particulares, la construcción o los servicios sociales.
Específicamente en el caso de los países de América del Sur, incluyendo a la Argentina, se identifica un conjunto de factores que habrían inhibido en las últimas tres décadas cambios favorables en la productividad: procesos de desindustrialización prematura que produjeron un traslado de las personas ocupadas en la manufactura a sectores de servicios de baja productividad, mientras que la matriz productiva siguió estando basada preeminentemente en actividades de baja complejidad y menor dinamismo tecnológico, y se agudizó la ya débil articulación e integración local en cadenas de suministro.
Reflexiones finales:
El salario sigue siendo el
interés aglutinante de la clase trabajadora, en su actual composición, pues la
mayoría de la población vive de la venta de su fuerza de trabajo
independientemente de su mayor o menor regulación, mayor o menor fragmentación.
El capitalismo es un sistema
donde una minoría propietaria de los medios de producción y los productos
terminados (3% en Argentina), vive a costa del trabajo de la mayoría, en su
complementariedad intrínseca (ocupada y desocupada); que se sirve del ejercito
de reserva y de las relaciones asalariadas informales que su propia competencia
engendra y que al mismo tiempo presionan a la baja de los salarios.
Las mutaciones ocurridas hacia
el interior de la clase obrera debido a la creciente precarización,
desocupación, pauperización, deslocalización, no la excluye como sujeto
colectivo político motor de la transformación social; en todo caso resultaría
muy útil analizar las mutaciones operadas en la subjetividad y qué tipo de
organizaciones serían más eficientes para esa finalidad: en este aspecto es
necesario asumir el lugar estratégico que ocupan lxs trabajadores organizadxs
sindicalmente en la sociedad, como aglutinadores del conjunto de la clase
obrera, sobre todo teniendo presente la historicidad de la lucha obrera en
nuestro país.
Varias veces las organizaciones
sindicales han entrado en crisis frente a las transformaciones económicas y a
los cambios en las relaciones de fuerza; por ejemplo se ha mutado de la forma
de sindicatos de oficio a sindicatos de actividad, con la metamorfosis del
modelo de acumulación. No obstante, este tipo de transformaciones ha implicado
nuevas estrategias al interior de la clase trabajadora para enfrentar el
permanente objetivo político del capital: dividir, atomizar, fragmentar los
lazos de solidaridad y cooperación.
No puede analizarse la
evolución salarial y la lucha de clases en Argentina sin elaborar un
diagnóstico respecto de la evolución de la productividad laboral, como dato
objetivo y por otro lado sin atender a la fragmentación existente hacia el
interior de la única clase obrera, que requiere de estrategias comunes que
unifiquen la subjetividad y la acción.
Luciana Censi, 17 de Octubre de 2023
(1) Elaboración propia en base a Informe Técnico, vol. 7 nro. 195 INDEC
(2) lo que reciben los trabajadores como salario no es más que una parte del producido por ellos mismos
(3) OIT “Cambios en el mundo del trabajo” 2006, pág. 23 y 42.
(4) CEPAL, “Desigualdades, Inclusión laboral y futuro del trabajo en América Latina”, Junio 2023, pág. 34
(5) Karl Marx, “El Capital”, T 2 vol 2, pag 541
(6) “Coyuntura laboral en Argentina: Productividad y Salarios una mirada a largo plazo”, vol 2 Nro. 1 2023, pags 31 y 34.
Comentarios de Aldo Mangiaterra, enero del 2024
Junto al mito de la desaparición de la
clase obrera me parece que hay otro por el estilo, que es concurrente
Es lo que llaman la financiarización del
capitalismo; si no entiendo mal sería que la ganancia surgiría del manejo
financiero, olvidando que para que haya riqueza (más allá de cómo se distribuye
entre los capitalistas), tiene que haber producción y por tanto productores
Tema aparte, me parece que es muy
importante el estudio de la burocracia sindical argentina, la de los grandes;
no el pequeño dirigente burocratizado
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